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parecieran estar cantando.
Primera jornada en la ciudad. Turbulencias primero y después calor húmedo y pegajoso.
Comida china en la 34 y 7ma. , muy picante, me transpira la cabeza, no me puedo concentrar, me siento mareado, como drogado, me cuesta seguir la conversación con Alfredo.
Su oficina me recuerda a las oficinas de Matrix. con pasillos entre escritorios parapetados detrás de mini paredes prolijamente diagramadas.
Toneladas de gente, un océano humano que circula incesante. Desciende y emerge constantemente de la boca de los subterraneos. Acumulación de calles y negocios, eso parece New York a primera vista. Hay que consumir. Esta bien consumir. Hay mucho para consumir.
¿Cómo seguir siendo uno mismo entre la muchedumbre? Millones de estímulos que potencian y confunden el deseo.
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Lexington y 77. Me intereso en averiguar sobre precios de apartamentos. Studio de 38 mts cuadrados. Pretenden 345.000 dólares! Una locura. Intercambio un diálogo imposible con la vendedora, mezcla de la mamá de Hechizada con una abuela judía de algún amigo de mi infancia.
Bajo y me tomo un café con tostadas. Este tipo de cafetería me agrada. Esquinero, tradicional, bien americano. Los dueños griegos con acentos duros y objetivos claros. Contemplo el movimiento callejero a través de la ventana. El tiempo transcurre sin apuros. Son mis tiempos.
Bajo hacia la 68. Subte hasta Union Square. Me encuentro con Alexandra en el 114 de la 5ta. avenida.; artistas modernos, gays estilo Peter Pan, exóticos, ridículos.
Ensalada Ceasar y té frío. Tiempo caluroso. Zapatos de duende y la tienda de las mil valijas.
Camino por un Village previsible y tremendamente movedizo. Especie de mercado persa en una Broadway larga y sinuosa que solo se pierde en unas twin towers que aún siguen de pie.
Me esperan en Brooklyn. Tomo el L en la 8va. y la 14. Atravieso un barrio latino con todo su folklore en calles y paredes.
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Cenamos en Little Italy en la cantina de Fabrizio. Ya estuve aquí hace unos años. El lugar no cambio nada. Todo sigue exactamente igual. También la humedad y el calor agobiante.
Duermo con la ventana abierta. El ruido de la calle es tenaz. Uso tapones. Me desconecto. Estoy en el 8vo piso de la 110 frente al lado oeste del Central Park .
Bajo por Broadway hasta el Lincoln Center en la 66. Me gusta la zona. Me tengo a mi mismo observando vidrieras y descansando de tanto en tanto en las pequeñas plazas de las esquinas.
Compro mi primera compra. Una libreta de anotaciones minúscula .
Nos encontramos con Alfredo para hablar un rato. El hace un parate en su trabajo. 41 y 7ma. Cinco de la tarde. Hora pico. No se encuentran taxis libres. No hay tantos como en Buenos Aires. Es la zona fashion. Es la semana fashion. Modelos todas parecidas entre sí de distintos puntos del planeta. Tres polacas gastan media hora detrás de un taxi. ¿no sabrán tomar el subte? Parece que la pasan bien. ¿La pasan bien?
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Otro medio día camino por un parque al borde del río Hudson. Un inválido es empujado por una veintiañera que me regala una mirada furtiva. Me la imagino aburrida, casi desesperada. Paso lentamente a su lado evitando la mirada del inválido ricachón. Conversan en un fluido inglés. Quizás sea una estudiante que se financia sus estudios limpiando culos de difícil acceso. Sigo hacia abajo, hacia el río; como seguro de mis pasos. No lo son. Nunca lo son del todo. Siempre existe alguna otra posibilidad.
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¿Al final que es lo que hacemos todos aquí? Todos los que no sabemos que hacemos. Toda ésta locura humana atropellándose constantemente. De la nada algún alucinado me grita. Al tiempo cualquiera que se te acerca parece un alucinado. ¿Qué quiere? ¿Me estará preguntando algo? ¿estará perdido? ¿me está tratando de vender alguna cosa? No termino de saberlo.
101 y CPWest . 28 mts cuadrados. Planta baja. Oscuro. Deprimente. Desean u$s 210.000. Los precios se dispararon. Se volvieron locos.
Reflexiones sobre el tema. Alfredo dice que a la ciudad la están limpiando de pobres -léase negros, latinos y perdedores-. La quieren convertir en la ciudad más cara del mundo. Imposible siquiera entrar si no se es poderoso. No necesitan de los demás. Solamente algunos esclavos modernos para hacer de porteros y limpia baños.
Ratas. Hay ratas por todos lados. Por las noches caminan a tu lado. En el subte son las reinas.
Columbus Ave. y la 8va. Bistro a la europea pero en Manhattan. Mesitas en las calles prolijamente alineadas dentro de un corralito.
La ciudad está llena de extranjeros. ¿adónde han ido a parar los gringos?
Israelitas, polacos, iraníes, griegos, colombianos, argentinos, todo tipo de latinos y orientales y ahora también los rusos y sus ex aliados, gente de rostros pálidos y caras redondas, ansiosos de recuperar el tiempo que creen haber perdido.
Sábado por la noche. Cathedral way y Amsterdam Ave. Pub a la americana.
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Ni el Soho, ni el greenwhich, ni el lower east side; el límite con el Harlem. La sensación de confusión es buena. Se contrapone con el resto del tiempo lleno de control. Un gesto. Un movimiento imperceptible que se pierde entre las sombras de la noche. Un vaso de cerveza a contraluz. De fondo el lenguaje como sonido de una imagen invisible: el francés. ¿franceses? Un rato, un instante. Sus vidas en un instante. Una noche más. El resto parecido. La vida no presenta grandes matices. Quizás la soñemos diferente.
El tren C me baja hasta el city hall. Cuando vuelvo a la superficie me sorprende un diluvio. La isla se angosta para éstos lados. Me le animo al agua y voy remontando sus calles hasta la 17. Los fenicios modernos transpolados me desbordan, me pueden y me superan. Me siento estafado a cada paso y no lo puedo evitar. No sirvo para competir en ese rubro. Son hábiles comerciantes que a cambio de dinero venderían a sus hijos. Hipnotizan con productos que no interesan. Trato de huir. Sin embargo caigo en sus redes y pago mis impuestos de viajante con tiempo libre. Me compro una filmadora digital a un buen precio. Eso me hacen creer. Eso creo yo también.
Sigo remontando la ciudad bajo la lluvia. Trato de evitar el subte por un rato. Allá abajo la humedad se torna demasiado densa. Los túneles condensan pesadez. El zoológico humano y además las ratas. Camino un rato bajo una lluvia intensa.
Con Alfredo sellamos un pacto inmobiliario a futuro. Mezcla de sueños más deseos de cambio para los dos. Exploramos la noche a través del Soho y el Village. Todo parece sucio. De noche todo está más vidrioso. Como recubierto de una pátina gelatinosa. Turistas mezclados con habitantes temporarios de una zona que no termina de transformarse. Ofertas de cafés y restaurantes por doquier. Unos chinos que nos masajean al pasar. Vidrieras sofisticadas que ocultan precios de lo que venden. Edificios reciclados. Blues en el Terra Blues. Las horas reciclan también a los personajes. De a poco la noche va despertando. Los músicos son siempre músicos. Inconfundibles. Toda una entidad. Un transcurrir entre dos mundos. Suerte de canal místico entre entidades sutiles y los hombres, aunque ellos no siempre se den cuenta.
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Nos despedimos en la 4ta. y Avenida de las Américas. Alfredo busca el barco que lo cruzará a Staten island. Una vida, un destino. Aquel que creemos conocer, se termina mezclando entre la muchedumbre para convertirse en uno más. Va en busca de su refugio temporario. No conozco dónde vive. Sé que comparte un lugar con otros. Me imagino a los inmigrantes de principios de siglo amuchados en casillas gubernamentales esperando el momento de salir en busca de fortuna y libertad. Yo me interno nuevamente en el subte en donde la ciudad definitivamente nunca duerme.
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Hoy caminé toda la tarde. Hizo una jornada gloriosa. El parque rebozaba de energía. Todo el mundo salió a oxigenarse. Patinadores, corredores y ciclistas. Poetas, enamorados y solitarios. Artistas y deportistas en el parque. Sinuosamente los atravesé a todos. Patos, ardillas y japoneses. Cantantes, juglares y jubilados. Perritos inmundos de la mano de viejas aún más inmundas. Dibujantes y fotógrafos. Paseantes.
Después evité el subte, semejante día no se lo merecía. Bajé por la 5ta. mientras se desperezaba la noche. Deambulé por la zona de la universidad hasta que hicieron las nueve. Finalmente llegué a mi cita con Cecilia en la 11 y la 2da. Escuchamos algo de música por el lower east side. Un tugurio posmo lleno de buenas intenciones. Música estridente. Free jazz que terminó con las pocas energías que tenía. Me regresé solo a casa.
Al doctor con Alexandra. Viajamos al norte de la ciudad. A territorio latino. 197 y Broadway Ave. Médico a la antigua. Sala de espera repleta de gente que evita hospitales y prepagos médicos carísimos. Un médico que lo palmea a uno. Que se toma un tiempo para conversar. Me recuerda un poco a mi padre. Curioso encontralo aquí en Manhattan. Desayuno a la dominicana. Manteles de hule y música caribeña en los parlantes. Mulatas hispanas de amplia sonrisa. Otros tiempos, más lentos, menos caros. No hay taxis. Nos devolvemos en una especie de remise hasta la 77 en el lado oeste.
Busco una tienda de deportes y me tengo que cruzar hasta el otro lado pues por aquí no existe nada parecido. Tomo un micro que tarda añares en cruzar el Central Park. Es sábado por la mañana y ahora a mi tampoco me sobra el tiempo, por la tarde me estoy regresando a Buenos Aires. Desciendo y comienzo a correr. Llovizna. Una camioneta se prende fuego en mis narices en el cruce de la 84 y Madison. Las llamas ascienden hacia el cielo. El vehículo, como totem viviente, se imola sin pudor. No hay nada que hacer. Simplemente la aceptación de alguna decisión ajena a nosotros. Es un espectáculo diferente. De repente encuentro un tiempo interno que creía no tener. Una pequeña multitud se va agolpando callada frente a la tragedia. El auto se consume frente a nosotros al igual que su conductor el cual nunca pudo escapar.
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En cambio, yo sí me escapo del lugar. De repente me acuerdo de la casa de deportes y de mi avión por la tarde. De la llovizna y de la escasez de taxis. Finalmente la encuentro en la 86 y la 3ra Avenida. Hay de todo y más. La suerte está de mi lado. Encuentro un taxi en la puerta que evita el accidente y la gente. Me como una porción de pepperoni en la esquina de casa y la televisión me recuerda que son las olimpíadas de Sidney. No me atraen demasiado pero allí están, en la televisión.
Sol. Calor en Manhattan. Atravieso la ciudad hacia el este por la calle Fulton. Cientos de gente hormigean por doquier. Descubro Brooklyn desde el muelle. El puente emblemático cuelga gracioso invitándome a imaginar una travesía en barco.
De regreso a casa me detengo en Fanelli, Prince y Mercer, a tomar un trago. A través del reflejo en el espejo del bar la descubro por primera vez. Lolly Totero, gringa, rubia, estatura media y mirada firme. De repente recupero fuerzas que la ciudad me venía robando desde hacía varios días.
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continuará
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