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El boulevard desierto hipnóticamente me condujo a lo largo de todo su recorrido, hasta la playa. La noche estaba cerrada, el cielo enorme, limpido, sereno. Me metí en un bar, el único que encontraría abierto en todo Los Angeles, el mismo que me cobijaría noche tras noche antes de regresar a casa ya vencido por el sueño y el alcohol .
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Los ingleses y algún yankee extraviado eran sus habitantes permanentes, con el tiempo nos empezamos a saludar como viejos conocidos y al final no era sino el refugio de almas solitarias en esa tierra de nadie, llena de autopistas comunicando espacios inexistentes, palmeras artificiales y millones de inmigrantes .
La no-ciudad la llamábamos mientras gastábamos gasolina bajo un sol implacable que jamás descansa. Millas y millas, autos y más autos, smog en verano, ligeras nubes agrisadas por las mañanas en invierno. Allí donde el cemento se consume la arena, la basura de los televisores las mentes y los chorros de cloro aniquilan grasas en piscinas de medio pelo.
La no-ciudad la llamábamos mientras gastábamos gasolina bajo un sol implacable que jamás descansa. Millas y millas, autos y más autos, smog en verano, ligeras nubes agrisadas por las mañanas en invierno. Allí donde el cemento se consume la arena, la basura de los televisores las mentes y los chorros de cloro aniquilan grasas en piscinas de medio pelo.
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La felicidad estaba en alguna parte, la cuestión era encontrarla y detrás de ella parecían estar todos. La derrota llegaba por las tardes de regreso al hogar y mientras el sol aún ardía sobre los "ve" ochos agotados. El sueño se acababa por las noches.
La cerveza aguada nos confundía a todos en las horas felices de cinco a diez. La cuestión era no parar nunca, la gasolina era barata, como al final resultaron todos nuestros sueños; encerrados entre el desierto y el Pacífico, alienados detrás de mil cuotas poseedoras de la poquita libertad que creíamos tener.
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La encontré en medio del humo, aturdida, rodeada de otros borrachos como ella, parecía despedir espuma por su boca al tiempo que se contorneaba de abajo hacia arriba en medio de una mesa llena de botellas vacías y colillas de cigarrillos. Nos cruzamos las miradas en una de sus vueltas ascendentes mientras trataba de sentarme apretujado entre tanta humanidad desquiciada.
Las dos de la mañana para Los Angeles significaba no dormir, era exageradamente tarde, la gente no acostumbra a trasnochar a no ser que pertenezcan a ese mundo en donde ya no existe el mañana.
Partimos con Julie para su casa justo a la salida del San Diego freeway. Vivía con otra amiga en uno de esos típicos apartamentos hollywodenses de los años cincuenta , lo suficientemente acogedor para soportar la rutina un tiempo más.
Partimos con Julie para su casa justo a la salida del San Diego freeway. Vivía con otra amiga en uno de esos típicos apartamentos hollywodenses de los años cincuenta , lo suficientemente acogedor para soportar la rutina un tiempo más.
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Recuerdo una luz penetrante por su ventana al mediodía y nuestra muy tranquila y profunda relación. Escuchaba atenta mis quejas al sistema y más allá de ese intercambio aparecía el misterio. Nunca supimos cual era la profesión del otro. Encontrarme con ella por las noches resultaba una bendición.
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